Cuando los sueños ya no están, ¿se van realmente? o bien, ¿viven con/en nosotros de forma paralela?

miércoles, 26 de junio de 2019

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Una trenza roja y blanca nos dio la bienvenida, el desierto que se abre, la ciudad que se cubre de polvo y se oxida, la casa familiar que contrastaba por su verde, recuerdo unas escaleras, la humedad y el sonido del agua, ese letrero tan antiguo como el lugar anunciando clases de ingles para todos los niveles estuvimos ahí, casi por compromiso, nuestra misión siempre fue otra

Llegamos a ese ritual milenario en un centro comunitario, fuimos los invitados (con todo lo que eso implica), engullimos algún sagrado animal, no recuerdo como lo prepararon y para concluir tuvimos el honor de beber del caldo de una ave que nunca conocí ni vi de nuevo, si mal no recuerdo se llamaba navaivano o nauaivalo.

Después de ese honor, llegamos al islote diseñado en la lejana capital, construido sobre el único humedal de la región, cuya finalidad fue la de controlar el agua de riego sobre las monótonas y artificiales parcelas de agricultura.

Finalmente aparecimos en la parcela de la familia que nos convoco hasta ese lugar, debíamos salvar el terreno que desaparecía. Lo demás  recuerdos son borrones rápidos, tantear el terreno, llegar a la cima del islote, abrir las compuertas, la gran ola y el nado masivo. ABRAZAR LA SUSTANCIA. los antiguas canciones de victoria sonaron de nuevo, la alegría, las piruetas de los dos, finalmente la despedida...